jueves, 31 de marzo de 2011

La fiesta del Caleuche en la playa de Mar Brava

Dada su condición sobrenatural, sería en vano intentar representar gráficamente a un barco como el Caleuche. Esta imagen lo es de la brickbarca argentina Tijuca, que navegó muchos años entre Iquique y Buenos Aires y Europa, llevando salitre, pasando frente a Chiloé y cruzando el cabo de Hornos 

El velero Caleuche es uno de los componentes más prominentes de la mitología chilota. Es un barco fantasma, es decir, un ente espiritual que está más allá de todo lo humano y al que a veces se le asignan cualidades buenas y otras malas. El Caleuche bueno es un protegido de la Pincoya, una diosa guapísima que cuida del mar y que recoge en el Caleuche las almas de los marinos que murieron ahogados para que puedan descansar. El Caleuche malo navega con una tripulación de espíritus poco recomendables, que en principio no se van a meter contigo si tú no te metes con ellos, pero que como se enfaden tienen poderes para hacerte desgraciado; que también se relacionan con brujos y otros humanos de mala condición, de modo que, finalmente,  se trata de un barco y unos tripulantes de los que más vale huir si se te acercan.

Hoy voy a transcribir una historia del Caleuche malo que me  ha contado Nelson Ampuero, amigo mío, guardián nocturno de una estación de buses en Ancud y constructor de maquetas de barcos en sus ratos libres. A él se la contó su padre, Ricardo Ampuero, asegurándole que era totalmente cierta, “tú sabes que tu padre, Ricardo Ampuero, jamás ha mentido”, le decía.

Ricardo nació en los 1890’s y murió en los 1980’s con más de noventa años. Debió ser una auténtica fuerza de la naturaleza, porque entre otras cosas tuvo dieciocho hijos de dos matrimonios sucesivos. De todos ellos Nelson, mi amigo y relator de esta historia, es el más joven. Ricardo vivió una vida partida en dos mitades bien distintas. Durante la primera fue campesino chilote, pues vivía en los alrededores de Puchilcan, un lugar donde hay un puente que cruza un río, 15 Km al Sur de Ancud. Su propiedad (que probablemente ni siquiera era suya, porque entonces muchos campesinos en Chiloé desarrollaban su vida en terrenos propiedad del Gobierno y tenían a su disposición toda la tierra que eran capaces de faenar), estaba apartada de todos, bien metida en el bosque espeso que desde Puchilcán llegaba entonces, todavía lo hace hoy a medias, hasta Chepu por el Sur y Mar Brava por el Norte. A partir de los 1940’s Ricardo emigró a la ciudad de Ancud y desarrolló una segunda mitad de su vida totalmente ciudadana. Aquí nació y ha vivido hasta ahora mi amigo Nelson.

Paso ahora a relatar lo que Nelson me ha contado:
Fig.1.- Trazado (débil línea blanca) de la cabalgada de Ricardo 
Ampuero entre Puchilcan y Quetalmahue. 
Picando dos veces con el botón izquierdo del ratón se ve la 
imagen aumentada.
<< Hacia la mitad de los años 1930’s a mi padre le gustaba mucho ir hacia comienzos del invierno a coger ostras a Quetalmahue. No lo hacía por necesidad, sino por placer, lo mismo que lo hacían otros señores y gente rica de Ancud. Se montaba en su caballo Pingo y echaba más de medio día de viaje en llegar hasta Quetalmahue, que lo hacía (Fig.1) alcanzando el mar a la altura de la desembocadura del río Pudelle, muy cerca de la piedra Run, cabalgando luego a todo lo largo de la playa de Mar Brava hasta llegar al río Quilo y desde allí a Quetalmahue. Un día de Mayo había vendido las ostras pescadas para comprar algunos abarrotes. Entre unas cosas y otras salió de Quetalmahue por la tarde y le cogió la noche a mitad de la playa de Mar Brava. Era una noche oscura, sin Luna y  totalmente cubierta de nubes. Por eso le extrañó ven una luces en el cielo, que se movían de un lado a otro. Pronto comprendió que eran el reflejo en las nubes de unas luces que nacían del suelo, unas centenas de metros por delante de él, hacia el Sur. Enseguida empezó a oír una extraña música. Se fue acercando sigilosamente, con las riendas del Pingo bien cogidas, y mientras más cerca estaba mejor iba percibiendo lo maravillosa que era aquella música, la más hermosa que había escuchado en su vida, “nunca me imaginé que pudiera existir una música así”, me decía mi padre. Asomándose sigilosamente por detrás de las dunas pudo ver que el Caleuche estaba fondeado en mitad de la parte más ancha del río Pudelle (Fig.2), ya casi donde desemboca en el mar. Y que toda la tripulación bailaba con mujeres bellísimas  al ritmo de aquella música.  La luz que los envolvía a todos ellos y al propio barco era sobrenatural, parecía salir del interior de ellos mismos y era una luz blanca y celestial”.
Fig.2.- Desembocadura del río Pudelle, en el extremo Sur de 
la playa de Mar Brava.

“Mi padre, Ricardo Ampuero, era un hombre valiente. Tan fascinado estaba con lo que veía que decidió que no podía perder aquella oportunidad. Así que armándose de coraje se acercó algo más con mucha cautela y desde la oscuridad gritó a los del Caleuche quién era y que estaba en condiciones de poderles servir ganado vivo para que celebraran sus banquetes. Especificó más: les gritó que podía conseguirles terneros negros, corderos negros y chanchos negros para sus celebraciones, porque pensó que este era el color de los animales que a aquella gente extraña le convenía. Luego se arrancó con su caballo y salió de allí, protegido por la oscuridad, lo más deprisa que pudo”.

“Algunas noches después estaba mi padre durmiendo en su cabaña de Puchilcan. Ya de madrugada empezó a ladrar y ladrar y ladrar el Ríetecoile, su perro, que se llamaba así porque era capaz de reírse como una persona. Mi padre sabía que eran ladridos de miedo. Se oían también otros ladridos extraños. Así que mi padre abrió la puerta para ver qué pasaba. Nada más hacerlo se le echó encima un enorme perro negro, que lo tiró al suelo y allí lo mantuvo inmovilizado con las patazas sobre su pecho. Era el perro más grande que había visto en su vida, más que un San Bernardo, que dicen que son los perros más grandes que existen. Lo acompañaba otro perro mucho más pequeño, con el pelo y las orejas  muy finos y largos,  todo ello del color de la plata. Se fijó mi padre mejor y vió que todo el pelo de este perro estaba hecho de finísimas fibras de plata pura. Luego se atrevió a mirar de frente al gran perro negro y comprobó con grandísima sorpresa que sus ojos eran de oro puro, enteros de oro macizo, aunque las distintas partes se distinguían bien por su distinta forma y grosor. Estos dos perros no dejaban de ladrarle en actitud muy agresiva. Tenía mi padre un buen machete que había comprado en Comodoro Rivadavia, en la Argentina, donde había trabajado algún tiempo. Le gritó a su mujer que se lo trajera, que lo tenía colgado en el techo de su dormitorio. Y cuando ella vino con el machete los dos perros huyeron y se perdieron en la noche”.

“Unas semanas más tarde mi padre volvió a ir a Quetalmahue a pescar ostras. En el retorno hacia Puchilcan se le hizo otra vez de noche. Llegando a un lugar que él conocía donde había un pozo bajo un gran árbol, una voz le dio las buenas noches desde la oscuridad, sorprendiéndolo. Resultó ser un vecino suyo de Puchilcán que tenía fama de brujo. Lo invitó a un cigarro liado, y empezaron a hablar de las cuatro cosas que habla la gente del campo cuando se encuentra. Entonces el brujo le preguntó cómo le había ido la otra noche con los del Caleuche. Al principio mi padre no lo entendió bien, pero el brujo se explicó: los dos perros que habían ido a su casa, el grande negro de los ojos de oro y el chico entero de plata, eran el capitán del Caleuche y su hijo. Habían ido a cerrar el trato de ganado negro que Ricardo les había propuesto. Mi padre le contó entonces al brujo que no los había reconocido. El brujo, quizá con un poquito de maldad, le contestó que al no hacerlo se había condenado a ser pobre, porque los del Caleuche le habrían pagado el ganado negro con lingotes de oro. >>

Comentando después con mi amigo Nelson esta historia, llegamos a la conclusión  de que lo más probable es que la comunicación entre una persona normal como su padre y los fantasmas del Caleuche fuera, sencillamente, imposible. Por eso los perros no consiguieron entenderse con él.

Nelson cree firmemente en la existencia del Caleuche, al menos así me lo manifestó a mí. Me dijo más: el Caleuche es ubicuo y lo mismo aparece que desaparece; igual pasa con su marinería. “Ha sucedido a veces que un tronco muerto flotando en la mar era un marinero del Caleuche convertido en tal para camuflarse. También hace años una familia se encontró un lobo marino en unas rocas y empezó a apalearlo para matarlo, pero resultó ser otro marinero del Caleuche que les mandó un mal que los mantuvo a todos enfermos durante mucho tiempo".

Relatado queda todo ello.

P.S. La foto de la Tijuca está tomada de una preciosa página web que habla mucho de los grandes veleros que cruzaban el Cabo de Hornos en los S. XIX y XX.

1 comentario:

Anónimo dijo...

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